1. El Paráclito, Vida de todas las cosas
1. Te adoro, mi Dios y Señor, el Eterno Paráclito, igual al Padre y al Hijo. Te adoro como la Vida de todo lo que vive. Por Tí todo el Universo material se mantiene unido y consistente, permanece en su lugar y se mueve internamente en el orden y reciprocidad de sus distintas partes. Por Tí la tierra fue traída a su presente estado, y madurada a través de los seis días para ser habitable por el hombre. Por Tí, todos los árboles, hierbas y frutos crecen y son perfeccionados. Por Tí la primavera llega después del invierno y renueva todas las cosas. Ese maravilloso y bello estallido de nueva vida, a pesar de todos los obstáculos, ese tremendo triunfo de la naturaleza, no es sino Tu gloriosa Presencia. Por Tí viven día a día el gran número de animales, tomando su aliento de Tí. Tú eres la vida de toda la creación, Eterno Paráclito, y si lo eres de este marco material y animal, ¡cuánto más del mundo espiritual! Por Ti, Señor Todopoderoso, los ángeles y santos Te cantan alabanzas en el cielo. Por Tï las almas de nuestros muertos son vivificadas para servirte. De Tí viene todo buen pensamiento y deseo, todo buen propósito, todo esfuerzo bueno, todo éxito bueno. Es por Tí que los pecadores se convierten en santos. Es por Tí que la Iglesia es renovada y fortalecida, que los campeones de la fe aparecen sucesivamente, y los mártires son llevados hasta su coronamiento. Por Tï nacen nuevas órdenes religiosas y nuevas devociones en la Iglesia, nuevas naciones son agregadas a la fe, y se dan nuevas manifestaciones y esclarecimientos al antiguo credo Apostólico. Te alabo y adoro, mi Dios y Señor Soberano, Espíritu Santo.
2. Te adoro, temido Señor, por lo que Tú has hecho por mi alma. Reconozco y siento, no solamente como asunto de fe sino de experiencia, que no puedo tener un solo buen pensamiento o hacer un acto bueno sin Tí. Se que si intento cualquier cosa buena por mi propia fuerza, fracasaré ciertamente. Tengo amarga experiencia de ello. Mi Dios, estoy seguro solamente cuanto Tú soplas sobre mí. Si retiras Tu aliento, en el acto mis tres enemigos mortales me asaltan y vencen. Soy tan débil como el agua, completamente impotente sin Tí. En el minuto que cesas de actuar en mí, comienzo a languidecer, a jadear, y a desmayar. De mis buenos deseos, cualesquiera sean, de mis buenos anhelos, aspiraciones, intentos, éxitos, hábitos y prácticas, Tú eres la única causa y la fuente continua y presente. No tengo nada que no haya recibido, y afirmo ahora solemnemente en Tu presencia, Paráclito Soberano, que no tengo nada de qué gloriarme y sí todo para ser humillado.
3. Amado Señor mío, qué misericordioso has sido conmigo. Cuando era joven, pusiste en mi corazón una devoción especial a Tí. Me has tomado en mi juventud y no me abandonarás a mi edad. No por mis méritos, sino por Tu libérrimo y generoso amor pusiste buenas resoluciones en mí cuando era joven, y me convertiste a Tí. Confío seriamente en que nunca me abandonarás, por cierto, sin una horrenda provocación de mi parte. Confío y rezo para que Tú me guardes de tal provocación. Guárdame de la provocación de la tibieza y la pereza. Amado Señor mío, guíame adelante cada vez con más vigor, suavemente, dulcemente, tiernamente, amorosamente, poderosamente, eficazmente, recordando mi displicencia y flojedad, hasta que me lleves a Tu cielo.
2. El Paráclito, Vida de la iglesia
1. Te adoro, Señor mío, Tercera Persona de la Santísima Trinidad, Tú que has levantado una gran luz sobre el monte en este mundo de pecado. Tú has fundado la Iglesia, la has establecido y mantenido. La colmas continuamente con Tus dones, que los hombres pueden ver, acercarse, tomar y vivir. De esta manera has traído el cielo a la tierra, pues has establecido una gran compañía que los Ángeles visitan por la escala que el Patriarca contempló en la visión. Por Tu Presencia has restaurado la comunión entre Dios por encima y el hombre por debajo. Tú le has dado esa luz de la gracia que es el comienzo de la luz de la gloria, y está unida a ella. Te adoro y alabo por Tu infinita misericordia hacia nosotros, mi Dios y Señor.
2. Te adoro, Señor Todopoderoso, Paráclito, porque en Tu infinita compasión me has hecho entrar a esta Iglesia, la obra de Tu poder sobrenatural. No pretendí de Ti tan maravilloso favor, que está por encima de cualquier otro en el mundo entero. Había muchos hombres mejores que yo por naturaleza, dotados con talentos naturales más agradables, y menos manchados con el pecado. Sin embargo, en Tu inescrutable amor por mí, me has elegido y traído a Tu rebaño. Tú tienes una razón para cada cosa que haces. Se que debe haber habido una razón sapientísima, como decimos en lenguaje humano, para haberme elegido a mí y no a otro, pero se que esa razón fue algo externo a mí mismo. No hice nada por ella, sino todo contra ella. Hice todo para frustrar Tu propósito. Y por eso debo todo a Tu gracia. Debería haber vivido y muerto en la oscuridad y el pecado; debería haber llegado a ser cada vez peor cuanto más vivía ; debería haber tenido que odiar más y abjurar de Ti, Fuente de mi bienaventuranza ; debería haberme hecho cada año más apto para el infierno, y al final habría llegado allí, si no fuera por Tu incomprensible amor por mí. Dios mío, ese amor arrollador me cautivó. ¿Ha habido alguna juventud tan impía como algunos años de la mía? ¿No te desafié, de hecho, a que hicieras lo peor? Ah, cómo luché para verme libre de Ti. Pero Tú eres más fuerte que yo y has prevalecido. No tengo una palabra que decir, sino doblegarme con temor reverencial ante las profundidades de Tu amor.
3. Y luego, con el correr del tiempo, pausada pero infaliblemente, Tu gracia me introdujo en Tu Iglesia. Ahora pues, Señor, dame esta última gracia: usar bien todas estas gracias y dirigirlas a mi salvación. Enséñame y haz que llegue continuamente a las fuentes de la misericordia, con una mente despierta y anhelante, y con vívida devoción. Dame amor a Tus sacramentos y mandamientos. Enséñame a valorar como debo, a apreciar como la perla inestimable, ese perdón que una y otra vez Tú me das, y el gran don celestial de la Presencia de Aquél, cuyo Espíritu eres, y que está sobre el Altar. Sin Tí nada puedo hacer, y Tu estás allí donde está Tu Iglesia y Tus sacramentos. Dame la gracia de descansar en ellos para siempre, hasta que se pierdan en la gloria de Tu manifestación en el mundo venidero.
3. El Paráclito, Vida de mi alma
1. Dios mío, Te adoro por tomar sobre Tí la carga de los pecadores, de aquellos que no sólo no pueden servirte, sino que continuamente te apenan y profanan. Tu has tomado el oficio de servidor, y por quienes no lo pidieron. Te adoro por Tu incomprenhensible condescendencia en servirme. Se y siento, Dios mío, que Tú deberías haberme dejado, como quise, seguir mi propio camino, ir derecho por mi testarudez y autoconfianza hasta el infierno. Tu deberías haberme dejado en esa enemistad contigo que en sí misma es muerte. Habría muerto finalmente con la muerte segunda, y no habría tenido a nadie a quien culpar sino a mí mismo. Pero Tú, Eterno Padre, has sido más bueno conmigo que lo que yo soy conmigo mismo. Me has dado Tu gracia, la has echado a raudales sobre mí, y por eso vivo.
2. Dios mío, Te adoro, Eterno Paráclito, luz y vida de mi alma. Deberías haberte contentado con darme meramente buenas sugerencias, gracia inspiradora y ayuda interior. Me habrías llevado así adelante, purificándome con Tu virtud interior, cuando cambiara mi condición propia de este mundo por la del venidero. Pero en Tu infinita compasión, has entrado desde el principio en mi alma, y has tomado posesión de ella. Me has hecho Tu templo. Habitas en mí por Tu gracia de una manera inefable, uniéndome a Ti y a toda la compañía de ángeles y santos. Más aún, como algunos han sostenido, estás presente en mí no sólo por Tu gracia, sino por Tu eterna substancia, como si fuera aquí absorbido en Dios, en cierto sentido, aunque sin perder mi propia individualidad. Más aún, mi mismo cuerpo es Tu templo, si bien has tomado posesión de un tabernáculo terrenal, carnal y miserable. ¡Oh sorprendente y tremenda verdad! ¡La creo, la se, Dios mío!
3. Dios mío, ¿puedo pecar cuanto estás conmigo tan íntimamente? ¿Puedo olvidar quién está conmigo, quién está en mí? ¿Puedo expulsar al Divino Huesped con eso que El aborrece más que ninguna otra cosa, que es la única cosa en el mundo que le es ofensiva, la única cosa que no es de El ? ¿No sería éste un tipo de pecado contra el Espíritu Santo? Dios mío, he tenido doble seguridad contra el pecado, primero el terror de profanar todo lo que eres para mí en Tu misma Presencia, y luego porque confío que esa Presencia me preservará del pecado. Dios mío, te irás de mí si peco, y seré dejado a mí mismo, miserable ser. ¡Dios no lo permita! Aprovecharé lo que me has dado, Te llamaré cuando esté en la adversidad y en la tentación, me guardaré contra la pereza y el descuido en que caigo continuamente. Con Tu ayuda jamás te abandonaré.
4. El Paráclito, Fuente de amor
1. Dios mío, Te adoro como la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, bajo el nombre de Amor. Tú eres ese Amor Viviente con el cual se aman mutuamente el Padre y el Hijo, y eres el Autor del amor sobrenatural en nuestros corazones. Fons vivus, ignis, caritas. Como un fuego descendiste del cielo en el día de Pentecostés, y como un fuego consumiste la escoria del pecado y la vanidad en el corazón, encendiendo la llama pura de la devoción y el afecto. Eres Tú quien unes el cielo y la tierra mostrándonos la gloria y la belleza de la Divina Naturaleza, y haciéndonos amar lo que en ella es tan atractivo y extasiante. Te adoro Fuego increado y eterno, por el cual viven nuestras almas, y sólo por el cual se hacen capaces para el cielo.
2. Dios mío, Paráclito, te reconozco como Dador de ese gran don por el cual somos salvados : el amor sobrenatural. El hombre es, por naturaleza, ciego y duro de corazón en todos los asuntos espirituales. ¿Cómo podría alcanzar el cielo? Es por la llama de Tu gracia, que lo consume en orden a rehacerlo, haciéndolo así capaz de gozar lo que sin Ti no puede gustar. Eres Tú, Omnipotente Paráclito, quien ha sido y es la fuerza, el vigor y la perseverancia del mártir en medio de sus tormentos. Tú eres la resistencia del confesor de la fe, en sus largas fatigas, tediosas y humillantes. Tù eres el fuego por el cual el predicador gana almas en su labor misionera, sin pensar en sí mismo. Por Tï despertamos de la muerte del pecado, para cambiar la idolatría a las criaturas por el amor puro al Creador. Por Ti hacemos actos de fe, esperanza, caridad y contrición. Por Ti vivimos en la atmósfera de la tierra a prueba de su infección. Por Tï somos capaces de consagrarnos al ministerio sagrado, y cumplir con sus tremendas obligaciones. Por el fuego que has puesto bondadosamente en nuestro interior, oramos, meditamos y hacemos penitencia. Así como nuestros cuerpos no podrían vivir si el sol se extinguiera, así tampoco nuestras almas si Tú te fueras.
3. Santísimo Señor y Santificador mío, todo lo que hay de bueno en mí es Tuyo. Sin Tí sería cada vez peor a medida que pasaran los años, y tendería a ser un demonio. Si soy totalmente distinto del mundo es porque Tú me has elegido fuera del mundo, y has encendido el amor de Dios en mi corazón. Si soy distinto de Tus Santos es porque no pido bastante Tu gracia, y gracia suficiente, y porque no hago mejorar diligentemente lo que me has dado. Aumenta en mí esta gracia de amor, a pesar de todas mis indignidades. Es más preciosa que cualquier otra cosa en el mundo. La acepto en lugar de todo lo que el mundo puede darme. ¡Dámela Señor! Es mi vida.