Es el decir de santos varones, que si queremos ser perfectos, no tenemos otra cosa que hacer sino realizar bien las obligaciones ordinarias del día. Un camino corto a la perfección. Corto, no por ser fácil, sino por ser pertinente y comprensible. No hay caminos cortos a la perfección, pero sí seguros. Creo que ésta es una enseñanza que puede ser de gran practicidad para personas como nosotros. Es fácil tener ideas vagas de lo que es la perfección, y que son suficientes para hablar de ella cuando no aspiramos a ella. Pero tan pronto como una persona desea y se pone realmente a buscarla, no se satisface con cualquier cosa, sino con lo que es tangible y claro, con lo que constituye algún tipo de dirección hacia la práctica de la misma.
Debemos tener en mente lo que se entiende por perfección. No significa ningún servicio extraordinario, algo fuera de lo común o especialmente heroico. No todos tienen la oportunidad de realizar o soportar sufrimientos heroicos. Significa lo que la palabra perfección supone ordinariamente: lo que es completo, consistente, bueno, lo opuesto a lo imperfecto, lo que no tiene defecto. Así como sabemos bien lo que es imperfecto en el culto religioso, sabemos por contraste lo que se entiende por perfección.
Es perfecto, pues, aquél que hace perfectamente el trabajo del día, y no necesita ir más allá de esto para buscar la perfección. No necesitas salirte de la rutina del día. Insisto en esto, porque pienso que simplificará nuestras miras y fijará nuestros esfuerzos en una meta definida.
Si me preguntas qué debes hacer en orden a ser perfecto, digo: primero, no te quedes en la cama más allá del debido tiempo para levantarse, ofrece tus primeros pensamientos a Dios, haz una buena visita al Santísimo Sacramento, di el Angelus devotamente, come y bebe a la gloria de Dios, reza el Rosario bien, sé recogido, guárdate de los malos pensamientos, haz bien la meditación de la tarde, examínate diariamente, vete a la cama a tiempo, y serás perfecto.
27 de diciembre de 1856