San John Henry Newman nació el 21 de febrero de 1801 en Londres, Inglaterra. Como clérigo anglicano durante veinte años obtuvo renombre como predicador y teólogo. Fellow del Oriel College, Oxford, llegó a ser uno de los líderes del Movimiento de Oxford y una figura prominente en la Iglesia de Inglaterra. El 9 d octubre de 1845 fue recibido en plena comunión con la Iglesia Católica por el Beato Domingo Barberi de la Congregación Pasionista. Después de un período de estudio en Roma, fue ordenado sacerdote el 30 de mayo de 1847. De regreso a Inglaterra estableció el Oratorio de San Felipe Neri en Birmingham. Fue un influyente escritor sobre muchos temas, especialmente el desarrollo de la doctrina cristiana, el verdadero significado de la conciencia, la fe y la razón, el papel del laicado, y la educación universitaria. En 1879 fue creado Cardenal por el Papa León XIII con el título de San Giorgio in Velabro. Murió en el Oratorio de Birmingham el 11 de agosto de 1890. Fue beatificación por el Papa Benedicto XVI el 19 de septiembre de 2010 y canonizado por el Papa Francisco el 13 de octubre de 2019.
Común de Pastores: para un Pastor
Oficio de Lectura
SEGUNDA LECTURA
De un sermón de San John Henry Newman
(Parochial and Plain Sermons v, pp.210-211, 214)
La fe verdadera no se encuentra aquí abajo en paz, sino más bien en conflicto:
para salir del país del pecado necesariamente pasamos a través de él.
Los resultados constantes, por así llamarlos, de la fe [de los cristianos], son rectos y santos, pero el proceso a través del cual se obtienen es imperfecto; de modo que para que podamos ver su alma como la ven los ángeles, visto a distancia él aparecería joven en su rostro y luminoso en su vestir, pero si nos acercamos, su cara tiene arrugas de preocupación y su ropa es andrajosa. Su virtud parece, no digo superficial, pues sería dar una idea muy equivocada, sino que, aunque es profunda en él, no está total y entera en su profundidad, como si fuera el resultado de una lucha continua con el pecado, no de naturaleza espontánea, sino de autodominio habitual.
La fe verdadera no se encuentra aquí abajo en paz, sino más bien en conflicto; y no es prueba de que un hombre no esté en estado de gracia porque peque continuamente, con tal que esos pecados no permanezcan en él como lo que podría llamarse el resultado final, sino que estén siempre pasando hacia algo, más allá y diferente de ellos mismos, verdadero y recto. Así como alcanzamos la felicidad a través del sufrimiento, así llegamos a la santidad a través de la debilidad, porque la verdadera condición del hombre es su naturaleza caída, y para salir del país del pecado necesariamente pasa a través de él. Y por eso los hombres santos se guardan de considerarse satisfechos consigo mismos, o de descansar en cualquier cosa que no sea la muerte de nuestro Señor, como fundamento de confianza; pues, aunque esa muerte en su medida ya ha producido vida en ellos, y ha realizado el propósito para el cual tuvo lugar, ellos se ven como pecadores, y su renovación les está oculta por las circunstancias que la acompañan. Todo lo que pueden decir de sí mismos es que no están al servicio de esos pecados que los excluiría claramente de la gracia; pero qué poca esperanza firme puede fundarse en semejante evidencia negativa queda claro por las propias palabras de San Pablo sobre el tema, hablando de las censuras que le hicieron los corintios: “Es verdad que mi conciencia nada me reprocha”, es decir, no soy consciente de nada, “pero no por eso estoy justificado: mi juez es el Señor” (1 Cor 4,4). Así como los hombres en una batalla no pueden ver cómo va, así también los cristianos no tienen signos ciertos de la presencia de Dios en sus corazones, y no pueden sino mirar hacia su Señor y esperar tímidamente.
Tenemos mucho para ser perdonado; más aún, tenemos mucho para ser perdonado cuanto más intentamos. Cuanto más elevados sean nuestros objetivos, mayores serán nuestros riesgos. Aquellos que arriesgan más con sus talentos, ganan más, y al final escuchan en su corazón las palabras “¡Bien, siervo bueno y fiel!» (Mt 25,23); pero tienen tantas pérdidas de paso, que les parece que no han hecho nada sino fracasar. No pueden creer que han hecho algún progreso; y aunque lo hacen, seguramente tienen mucho para ser perdonado en todos sus servicios. Son como David, hombres sangrientos; han combatido el buen combate de la fe, pero están contaminados con la lucha.
Responsorio cf. Rom 6,8
R.
Plantar la Cruz de Cristo en el corazón es agudo y penoso; pero el árbol majestuoso se alza en lo alto. * La Cruz tiene hermosas ramas y frutos ricos, y es agradable a la vista.
V.
Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él.
R.
La Cruz tiene hermosas ramas y frutos ricos, y es agradable a la vista.
La oración conclusiva como en las Laudes
Laudes
CÁNTICO EVANGÉLICO
Ant.
Este hombre no buscó ganancias personales, sino que miró a nuestro Salvador o Señor.
Oración
Oh Dios, que diste a San John Henry Newman, sacerdote, la gracia de seguir tu luz amable y encontrar la paz en tu Iglesia, concédenos, por su intercesión y ejemplo, que podamos pasar de las sombras y las imágenes a la plenitud de tu verdad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Vísperas
CÁNTICO EVANGÉLICO
Ant.
Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo.
La oración conclusiva como en las Laudes.