Los años de Oxford
Dios le concedió una vida larga: nació en Londres, de padre anglicano y madre calvinista, el 21 de febrero de 1801, y murió en Birmingham el 11 de agosto de 1890. Vivió, entonces, casi todo el siglo XIX. Fue el mayor de seis hermanos. Hizo su escuela elemental en Ealing, y es allí, a los quince años, bajo la influencia del pastor anglicano evangélico Mayers, que tiene lugar su primer cambio profundo que le marcará para toda la vida, una verdadera conversión a Dios. Luego entrará en el Trinity College de Oxford, su hogar hasta la segunda conversión, a la Iglesia Católica Romana. Allí recibirá su primera comunión, y luego de graduarse como Bachiller, elegirá la vida clerical. Es elegido a los veintiún años “fellow” (miembro docente) del Oriel College, el más prestigioso de Oxford, donde conoce a la plana mayor de la intelectualidad, y más tarde será ascendido a la categoría de “tutor”. A los veinticuatro años es ordenado diácono y al año siguiente sacerdote de la Iglesia de Inglaterra.
En el marco de la doble tarea, educativa y pastoral, que él consideraba una sola, comienza la lectura sistemática de los Santos Padres a los veinticinco años, y ya no la abandonará nunca más. También empieza su vida de escritor: en 1826 su trabajo acerca de los Milagros, en 1832 el libro sobre Los arrianos del siglo IV, en 1834 las Conferencias sobre el oficio profético de la Iglesia (editadas más tarde como la Via Media, es decir, el anglicanismo, camino medio entre el protestantismo y el catolicismo romano), en 1837 las Conferencias sobre la justificación, desde 1838 los artículos como editor del British Critic hasta 1841, y ya retirado en Littlemore, la traducción de los Tratados de San Atanasio, y en 1845 el célebre Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana, que le llevará a las puertas de Roma. Además, esta etapa está sembrada de las mejores poesías, especialmente las escritas en su viaje por el mediterráneo, y al regreso, luego de la terrible enfermedad que sufrió en Sicilia, donde estuvo al borde de la muerte. La más famosa es Lead Kindly Light (Guíame luz bondadosa), que condensa toda su espiritualidad, que descansaba especialmente en la Providencia de Dios:
Guíame luz bondadosa, las tinieblas me rodean
¡Guíame Tú adelante!
La noche está muy oscura, y mi hogar está muy lejos,
¡Guíame Tú adelante!
Guarda mis pasos, no te pido ver el paisaje distante,
ayúdame a dar un paso: será para mí bastante.
No siempre fui yo así; no oraba rogando que Tú
fueras quien me guiara a mí;
amaba elegir y ver mi camino; pero ahora
¡Guíame Tú adelante!
A pesar de mis temores, por orgullo dominado,
amé el día deslumbrante; no recuerdes mi pasado.
Si me ha bendecido tanto Tu poder, sé que seguirá
guiándome adelante,
por páramos y pantanos, por abismos y torrentes,
hasta que la noche se vaya.
Y en la mañana siguiente, veré algo que he perdido:
¡el rostro del ángel sonriente, que desde siempre he querido!
Desde ese retorno en 1833, comienza, asimismo, como principal inspirador, el Movimiento de Oxford, que se proponía devolver al anglicanismo los valores dogmáticos y litúrgicos basados en la Iglesia primitiva de los Padres y en los grandes teólogos anglicanos del siglo XVII y XVIII, además de su fisonomía auténticamente religiosa y no sometida al estado, que, además, aparecía progresivamente sincretista por las posturas cada vez más liberales que imperaban. Aquí tuvieron particular relevancia los célebres “Tracts for the Times” (opúsculos de actualidad), que devinieron en verdaderos tratados de teología, siendo Newman el principal autor, junto a Keble, Wilberforce, Pusey, Froude, las lumbreras del movimiento. El nº 90, de 1840, que interpretaba los 39 artículos del credo anglicano desde una óptica católica, fue condenado, y Newman suspendió la publicación. Fue un verdadero cataclismo nacional. Ya el año anterior, con motivo del artículo de Wiseman (futuro cardenal) que leyó en la Dublin Review, sobre San Agustín y los donatistas, comenzó a tener las primeras dudas sobre el anglicanismo, que aparecía ante sus ojos como los semipelagianos o los mismos donatistas, mientras que Roma estaba donde siempre estuvo. La frase de San Agustín sobre la Iglesia: securus judicat orbis terrarum, impacta en su mente, ya que el argumento de antigüedad que podía alegar respecto a su iglesia, no era suficiente sin el de universalidad en el tiempo y el espacio.
En setiembre de 1841 se retira a vivir en Littlemore, a 5 km de Oxford, lugar de residencia y testigo de su conversión a Roma, un verdadero monasterio, donde llevará una vida de oración, penitencia y estudio, junto a algunos seguidores. Como Benito tuvo a Subiaco, e Ignacio a Manresa, Newman tuvo a Littlemore, un retiro voluntario para tomar distancia de Oxford, sin irse aún, y buscar la verdad y la voluntad de Dios. Hoy este sitio está convertido en centro de peregrinación, atendido por una congregación de religiosas de origen alemán, donde se visitan las habitaciones que ocupó Newman, la biblioteca, y la capilla donde fue recibido en la Iglesia Católica.
Seguirá predicando, y sus sermones, desde 1826 a 1843, son publicados sucesivamente como Sermones parroquiales sencillos, en seis volúmenes, a los que se añadirán dos más. También será orador oficial por la Universidad, y de sus intervenciones entre 1826 y 1843 resultarán los Sermones Universitarios, sobre la relación entre fe y razón, un texto que hoy cobra particular actualidad sobre un asunto que ocupó la mente y el siglo de Newman, y que ha devenido en el siglo XX en un problema grave, al cual dedica el Papa su última encíclica. Otros sermones ocasionales están recopilados en otros dos volúmenes. Finalmente, en 1843, al acentuarse sus dudas sobre la Iglesia de Inglaterra, Newman renuncia a su cargo en Santa María, y predica su último sermón anglicano en Littlemore, La despedida de los amigos.
La conversión en Littlemore
Con el Ensayo sobre el Desarrollo, donde contesta al último argumento contra Roma, las supuestas corrupciones doctrinales y añadidos a la fe primitiva, termina su peregrinación. El plan de Newman era ver acabado y en prensa su Ensayo, y luego, por Navidad ser admitido a la Iglesia Católica. Dalgairns, uno de sus seguidores, se movió más rápido. En septiembre dejó el College y se fue a Aston, donde estaba el Padre pasionista Doménico Barberi, y fue admitido en la Iglesia de Roma. Dos días después volvió a Littlemore. Necesitaba el permiso de Newman para que el padre Barberi parara allí, de camino a Bélgica. Newman estuvo encantado y sorprendió a Dalgairns cuando le dijo que él también pediría ser admitido en la Iglesia Católica. El 3 de octubre renunció a su cargo de fellow del Oriel College que había desempeñado durante 23 años, y empezó a redactar unas treinta cartas a familiares y amigos, que enviaría una vez dado el paso.
El padre pasionista italiano Doménico Barberi (beatificado por Pablo VI), otra vida llena de la providencia de Dios, un hombre que, heredero de la vocación misionera en Inglaterra que ya tenía el fundador de su congregación, San Pablo de la Cruz, vió en su juventud que algún día llegaría a las islas para predicar la verdad. Y asi fue, y cuando lo hizo se encontró con gente como Newman, y fue el instrumento de Dios para recibir en la Iglesia de Roma a los nuevos conversos. Llegó a Littlemore el 8 de octubre a las 10.30 de la noche, en medio de un diluvio. Entró en la biblioteca y comenzó a secar sus ropas. En ese momento entró Newman y se arrodilló. Hizo su confesión general de toda su vida. Volvió a sus habitaciones extenuado. Pero a las 5.30 de la mañana del día 9 estaba escribiendo nuevas cartas, en especial una a su hermana Jemima. Por la tarde, junto a Stanton y Bowles fue recibido en la Iglesia Católica. El padre Barberi celebró Misa en la pequeña capilla oratorio. No había altar, y trajeron el escritorio del cuarto de Newman, el que había usado para escribir su Ensayo inconcluso. Todavía está allí, y el que esto escribe tuvo por gracia de Dios la oportunidad de celebrar Misa sobre él. Newman recibió en esa Misa su Primera Comunión católica. En las oraciones de la tarde se suplantó el latín con la pronunciación de Oxford por la italiana romana, y se cantó por primera vez la antífona de la Santísima Virgen. El “paso” había sido dado.
Cuando Newman comienza a hablar en la Apologia, de su estado de espíritu desde 1845, dice: Desde el momento que me hice católico…he estado en perfecta paz y contento, nunca he tenido una duda. Al convertirme, no me he dado cuenta de cambio alguno, intelectual o moral, operado en mi espíritu. No he tenido conciencia de fe más firme en las verdades fundamentales de la revelación, ni de más dominio de mí mismo. Tampoco he sentido más fervor. Fue como un llegar al puerto tras una borrasca, y mi felicidad, que entonces sentí, permanece sin interrupción hasta el presente. Veinte años habían pasado cuando Newman decía esto. Siempre había percibido una continuidad esencial entre las etapas de su vida religiosa.
Muchos anglicanos saludaron con emoción la conversión de Newman, como Keble y Pusey, aunque no lo imitaron nunca; pero otros dieron un suspiro de alivio al ver desaparecer de la escena anglicana un hombre semejante. Newman sufrirá las reacciones del que había sido su hogar espiritual. Algunos negaban que se hubiese convertido realmente, otros que era fruto de su debilidad de carácter, o de oportunismo, otros profetizaban que volvería, o que perdería la fe, y no faltaban los que aseguraban que ya había vuelto. Tampoco los católicos permanecían insensibles y silenciosos, sino que predominaba una mezcla de alegría e inquietud, ya que presenciaban un fenómeno que no se había visto en siglos en Inglaterra. De hecho, detrás de Newman siguieron Christie, Walker, Oakeley, Faber, Russell, Knox, Giberne, Coffin, y muchos otros. Un número grande había precedido a Newman en el camino a Roma, y centenares le seguirían, al no poder aceptar la catolicidad de la Iglesia anglicana. Entre ellos estará Henry Manning, que llegaría a ser Cardenal y la gran figura inglesa junto a Newman y a Wiseman, los tres cardenales que llenan la historia católica inglesa de la segunda mitad del siglo XIX.
Escribe el deán Church, autor anglicano: “A lo largo del otoño del año siguiente, amigos a cuyo nombre y figura estábamos acostumbrados en Oxford desaparecieron uno tras otro y no volvieron allí. Se abandonaron puestos de “miembro” (fellow) de los colegios universitarios, cargos eclesiásticos, coadjutorías y proyectos de vida profesional…Parte notable de la sociedad inglesa aprendió lo que es el noviciado en un sistema religioso, hasta entonces no sólo extraño y desconocido, sino también temido; o a perder amigos y familiares, que de repente quedaban transformados en adversarios puros e intransigentes”.
Newman pierde contacto con sus amigos Keble y Pusey. Al hacer la recensión de un nuevo libro de poesías del primero, Newman termina con esta frase: La Iglesia anglicana está muerta; solo la voz que resucitó a la hija de Jairo podría revivirla. Estas palabras dichas el siglo pasado, resuenan actuales, cuando miramos la situación presente de la Iglesia anglicana, las conversiones varias de obispos, sacerdotes y laicos al catolicismo que se están dando, y la expresión “la Iglesia Anglicana ha muerto” que se leía en pancartas de protesta, contra la ordenación de mujeres y otras desviaciones recientes. Newman está muy presente en muchas mentes anglicanas de hoy, buscadoras de la verdadera Iglesia. El fenómeno histórico de estas conversiones, sin precedentes precisamente desde la época de Newman, es tanto más interesante, cuanto que le acompaña en las naciones tradicionalmente católicas del continente europeo un proceso inverso de abandono de la fe.
Por otra parte, hacerse católico en Inglaterra, en la época de Newman, no era muy auspicioso; significaba entre otras cosas un descenso en la escala social. Pero desde el punto de vista interno de la Iglesia católica inglesa, tampoco ofrecía un cuadro demasiado atrayente. Gobernados desde Roma en régimen de misión por la Congregación De Propaganda Fide, los católicos de Inglaterra y Gales estaban organizados desde 1840 en ocho vicariatos. El restablecimiento de la jerarquía episcopal ordinaria se daría recién en 1850. El aislamiento, las leyes penales y la hostilidad social habían acentuado en la dispersa comunidad católica los rasgos de insularidad británica y habían originado sobre todo un catolicismo estático, ausente del mundo intelectual y de carácter tendencialmente galicano (es decir de iglesia nacional con reticencia a Roma). Los depositarios de la tradición católica inglesa – los old catholics – habitaban en su mayoría las zonas rurales o llevaban en las ciudades una vida silenciosa y sin brillo. Un pequeño grupo pertenecía a la nobleza, otros en número mucho mayor podían calificarse de hidalgos – squires – y el grueso de la comunidad ejercía el comercio u oficios artesanales. Los sacerdotes desempeñaban esencialmente funciones de capellanes en casas nobles, y de atención pastoral en discretas capillas.