Dios con Nosotros

septiembre 17, 2020

1. La familiaridad de Jesús

1.   El santo Bautista fue separado del mundo. Era un nazir. Huyó del mundo, se puso contra el mismo, le habló desde su lugar estratégico y lo llamó al arrepentimiento. Después llevó toda Jerusalén con él al desierto y le hizo frente cara a cara. Pero en su enseñanza habló de Uno que debía venir a ellos y debía hablarles de manera muy diferente. El no se separaría de ellos, no se mostraría como un ser más elevado sino como el hermano de ellos, de su carne y de sus huesos, como uno entre muchos hermanos, como uno de la multitud en medio de ellos. Más aún, ya estaba entre ellos. Medius vestrum stetit, quem vos nescitis, hay entre vosotros alguien a quien no conocéis. El que era más grande se llamó a sí mismo Hijo del hombre, y se contentó con ser tenido por alguien común en todo sentido, aunque era el Altísimo. San Juan y los otros evangelistas, a pesar del carácter tan diferente de sus relatos acerca de El, coinciden en esto notablemente. El Bautista dice “hay entre vosotros alguien a quien no conocéis”. Luego leemos cómo señaló a Jesús, no a la multitud sino en privado, a uno o dos de sus propios seguidores religiosos, y cómo le vieron y fueron invitados a seguirle donde vivía. Finalmente Jesús comenzó a revelarse y a manifestar Su gloria en los milagros, pero ¿dónde?, en una fiesta de bodas, donde a menudo había excesos, como el gran triclinium lo suponía. Y ¿cómo?, agregando vino, el objeto de semejante exceso, cuando ocurría. No fue a la boda como un maestro sino como invitado, y de un modo social, por así decir, pues estaba con Su Madre. Comparad ahora esto con lo que El dice de Sí mismo en el evangelio de San Mateo: “Juan ni comía ni bebía, el Hijo del hombre come y bebe, y dicen: mirad a un hombre que es glotón y borracho”. Podría ser que Juan fuese odiado, pero era respetado. Jesús era despreciado. Ved también Marcos 1, 22. 27.37 y 3.21 para considerar el asombro y la rudeza de todos con El. La objeción surge de inmediato, 2,16. ¡Qué rasgo marcado debió haber sido aquél del carácter y la misión del Señor para que dos evangelistas, tan independientes en sus narraciones, lo hayan recogido! El profeta había dicho lo mismo (Isaías 53, “El será”, etc).

2.   Amado Señor, esto es por lo que tanto amas esta naturaleza humana que Tú has creado. No nos amaste solo como Tus criaturas, la obra de Tus manos, sino como hombres. Tú amas todo, pues los has creado todo, pero amas al hombre más que todo. ¿Cómo puede ser esto, Señor? ¿Qué hay en el hombre por encima de otros? ¿Quid este homo, quod memor es eius?, más aún, nusquam Angelos apprehendit, “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?” (Salmo 8,5), “ …ciertamente no se ocupa de los ángeles” (Hebreos 2,16) ¿Quién puede sondear la profundidad de Su consejo y sus decretos? Tu has amado al hombre más que a los ángeles: y por eso, como no tomaste una naturaleza angélica cuando te manifestaste por nuestra salvación, así también no llegaste de ninguna forma o capacidad u oficio que estuviera por encima del curso ordinario de la vida humana, no como un nazir, ni como un sacerdote levita, ni como un monje o eremita, sino en la plenitud y exactitud de esa naturaleza humana que tanto amas. Llegaste a ser no solo un hombre perfecto sino un hombre verdadero, no formado de nuevo de la tierra, no con el cuerpo espiritual que ahora tienes, sino en esa misma carne que había caído en Adán, y con todas nuestras debilidades, todos nuestros sentimientos y simpatías, sin excepción.

3.   Jesús, esa carne llegó a ser digna de Ti, el gran Dios, para hacer copiosamente la obra para la cual el Padre te envió. No la hiciste a medias, y mientras ese magnífico sacrificio es Tu gloria como Dios, es nuestro consuelo y ayuda como pecadores. Oh amadísimo Señor, Tú eres más plenamente hombre que el santo Bautista, que San Juan apóstol y evangelista, que tu propia dulce Madre. En cuanto al conocimiento divino que tienes de mí estás más allá que todos ellos, y también en la experiencia y el conocimiento personal de mi naturaleza. Tú eres mi hermano mayor. ¿Cómo puedo temer, cómo no reposar todo mi  corazón en alguien tan bueno, tan tierno, tan familiar, tan modesto, tan natural, tan humilde? Tú eres ahora, aunque estás en el cielo, el mismo que eras en la tierra: el Dios poderoso pero el pequeño niño, el santísimo pero sensibilísimo, humanísimo.

2. Jesús, el Dios escondido

Noli incredulus esse, sed fidelis.

No seas incrédulo sino fiel

1.  ¡Te adoro, Dios mío, que eres tan temible, porque estás escondido y eres invisible! Te adoro y deseo vivir de la fe en lo que no veo, y, considerando lo que soy, un paria desheredado, pienso que verdaderamente me ha ido bien, mi invisible Señor y Salvador, porque de todos modos se me permite adorarte. Dios mío, se que es el pecado lo que nos ha separado. Se que es el pecado lo que ha traído sobre mí la pena de la ignorancia. Adán, antes de la caída, era visitado por los ángeles. Tus Santos, también, que están cerca de Ti, tienen visiones y les es dado de muchas maneras la percepción sensible de Tu presencia. Pero para un pecador como yo, ¿qué queda sino poseerte sin verte? Ah, ¿no gozaría al tener la más grande misericordia y el favor de poseerte del todo? Es el pecado que me ha reducido a vivir de la fe, como debo hacerlo en el mejor de los casos, ¿y no gozaría en semejante vida, mi Dios y Señor? Veo y se, mi buen Jesús, que el único camino por el cual puedo posiblemente acercarme a Ti en este mundo es el camino de la fe, fe en lo que Tú me has dicho, y seguir con agradecimiento este único camino que Tú mes has dado.

2. ¡Dios mío, Tú sobreabundas en misericordia! Vivir de la fe es mi necesidad por mi actual estado de ser y mi pecado, pero Tú has pronunciado una bendición sobre ello. Has dicho que soy más bienaventurado en creer en Tï que si Te hubiera visto. Hazme compartir esa bendición, y haz que sea en plenitud. Hazme capaz de creer como si viera, que Te tenga delante de mí como si estuvieras siempre presente, corporal y sensiblemente. Haz que esté siempre en comunión contigo, mi escondido pero viviente Dios. Tú estás en lo más profundo de mi corazón. Tú eres la vida de mi vida. Cada hálito de mi respiración, cada pensamiento de mi mente, cada buen deseo de mi corazón, viene de la presencia en mí del Dios invisible. Tú estás en mí por la naturaleza y por la gracia. No Te veo en el mundo material sino confusamente, pero reconozco Tu voz en mi propia e íntima conciencia. Me doy vuelta y digo Rabboni. ¡Estad siempre así conmigo, y si estoy tentado de dejarte a Ti, Tú, mi Dios, no me dejes a mí!

3. Mi amado Señor, ¡si tuviera derecho a pedir que se me permita ofrecerte reparación por toda la incredulidad del mundo, por todos los insultos inferidos a Tu Nombre, a Tu Palabra, a Tu Iglesia, y a los Sacramentos de Tu amor! Pero, ah, yo mismo tengo una larga cuenta de infidelidad e ingratitud propia para expiar. Tú estás en el Sacrificio de la Misa, y en el Sagrario, verdadera y ciertamente con Tu carne y Tu sangre, y el mundo no solamente no cree sino que se burla de esa misericordiosa verdad. Tú mismo, y a través de Tus Apóstoles, nos advertiste hace tiempo que te ocultarías del mundo. La profecía está cumplida hoy más que nunca, pero yo se lo que el mundo no sabe. ¡Acepta mi homenaje, mi alabanza, mi adoración! No dejes al menos que sea hallado en falta. No puedo evitar los pecados de los otros, pero al menos uno de aquellos que Tú has redimido se volverá y glorificará a Dios en alta voz. Cuanto más se burlen los hombres, más creeré en Ti, el buen Dios, el buen Jesús, el escondido Señor de la vida, que no me has hecho sino el bien desde el primerísimo instante en que comencé a vivir. 

3. Jesús, la Luz del alma

Mane nobiscum, Domine, quoniam adverperascit

Quédate con nosotros, Señor, porque ya es tarde

1.   ¡Te adoro, Dios mío, como la única y verdadera Luz! Desde toda la eternidad, antes que existiera creatura alguna, cuando Tú estabas solo, solo pero no solitario, pues siempre has sido Tres en Uno, Tú eras la Luz infinita. No había nadie para verte sino Tú mismo. El Padre veía la Luz en el Hijo, y el Hijo en el Padre. Tal como eras en el principio, así eres ahora. Muy distinto de toda creatura en este esplendor increado. Sumamente glorioso, sumamente bello. Tus atributos son de colores tan diferentes y resplandecientes, cada uno perfecto en su propia pureza y gracia como si fuera la única y más alta perfección. Nada creado es más que Tu misma sombra. Brillantes como son los Ángeles, son pobres e indignísimas sombras Tuyas. Palidecen, parecen sombríos y reunida oscuridad ante Ti. Son tan tenues a Tu lado que no pueden contemplarte. El más alto Serafín cubre sus ojos, proclamando con obras y palabras Tu indecible gloria, En cuanto a mí, no puedo siquiera mirar el sol, y ¿qué es esto sino un emblema de Ti, bajo y material? ¿Cómo resistiría mirar siquiera a un Ángel? ¿Y cómo podría mirarte a Ti y seguir viviendo? Si fuera puesto delante de la Luz de Tu rostro, desaparecería como la hierba. Dios benevolente, ¿quién se acercará a Ti siendo tan glorioso, y sin embargo, cómo puedo apartarme de Ti?

2. ¿Cómo puedo guardarme de Ti, si Tú eres la Luz de los Ángeles, la única Luz de mi alma? Iluminas a todo hombre que viene a este mundo. Sin Tï, soy completamente oscuro, tan oscuro como el infierno. Me marchito y desaparezco cuando Te vas. Revivo solo en la medida que Tú amaneces sobre mí. Vienes y vas como Tú quieres. ¡Dios mío, no puedo retenerte! Solamente puedo rogarte que Te quedes. Mane nobiscum, Domine, quoniam advesperascit. Quédate hasta la mañana y luego vete no sin darme una bendición. Quédate conmigo hasta la muerte en este valle oscuro, hasta que termine la oscuridad. ¡Quédate, Luz de mi alma, jam advesperascit! La oscuridad, que no es Tuya, cae sobre mí. No soy nada. Tengo poco control de mí mismo. No puedo hacer lo que quisiera. Estoy desconsolado y triste. Quiero algo, y no se qué. Eres Tú lo que quiero, aunque poco lo entiendo. Lo digo y lo acepto en la fe. Parcialmente lo entiendo, pero muy pobremente. Brilla sobre mí, ¡O Ignis semper ardens et nunquam deficiens!, ¡Oh fuego ardiente y nunca deficiente!, y comenzaré a través de Tu Luz y en Tu Luz, a ver la Luz, y a reconocer Tu verdad, como la fuente de la Luz. Mane nobiscum, quédate, dulce Jesús, quédate para siempre. Dad más gracia a esta naturaleza decadente.

3.  Quédate conmigo, y comenzaré a brillar como brillas Tú: para brillar y ser luz para otros. La luz, Jesús, vendrá toda de Ti. Nada de ella será mío. Ningún mérito será mío. Será Tú quien brille a través mío sobre otros. Déjame alabarte así, del modo que Tú amas más: brillando en todos los que me rodean. Dadles luz a ellos tanto como a mí, ilumínalos conmigo, a través mío. Enséñame a mostrar de aquí en adelante Tu alabanza, Tu vedad, Tu voluntad. Hazme predicar de Ti sin predicar, no con palabras, sino con mi ejemplo, por la fuerza cautivante y la influencia amable de lo que hago, por mi visible parecido a Tus santos, y la evidente plenitud del amor que mi corazón tiene por Ti.

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