1. Dios mío, ¿quién podría haber imaginado por la luz natural de la razón, que uno de Tus atributos era abajarte y trazar Tus propósitos por medio de Tu propia humillación y sufrimientos? Habías vivido desde toda la eternidad en una inefable beatitud. Dios mío, debería haber comprendido que cuando comenzaste a crear y Te rodeaste de ese mundo de criaturas, se mostrarían en Ti esos atributos que antes no habías ejercido. No puedes mostrar Tu poder cuando no hay nada en absoluto para ejercerlo. Entonces comenzaste a mostrar Tu maravillosa y delicada providencia, Tu fidelidad, Tu cuidado solícito por aquellos que habías creado. Pero ¿quién podía imaginar que el universo creado por Ti incluía y suponía Tu humillación? ¡Mi gran Dios, Te has humillado a Ti mismo, Te has rebajado para asumir nuestra carne y sangre, y has sido levantado en el árbol de la cruz! Te alabo y Te glorifico diez veces más porque has mostrado Tu poder por medio de Tu sufrimiento, que si hubieras llevado a cabo Tu obra sin él. Es digno de Tu infinitud sobrepasar y trascender nuestros pensamientos.
2. Mi Señor Jesús, creo, y por Tu gracia siempre creeré y afirmaré, y se que es verdad y será verdad hasta el fin del mundo, que no se hace nada grande sin sufrir, sin humillación, y que todas las cosas son posibles por ello. Creo, Dios mío, que la pobreza es mejor que la riqueza, el dolor que el placer, la oscuridad y el desprecio que el renombre, y la ignominia y el reproche que el honor. Señor mío, no te pido que me pruebes así porque no se si podré enfrentarlas, pero al menos, Señor, sea que me halle en la prosperidad o en la adversidad, creeré que las cosas son como he dicho. Nunca tendré fe en las riquezas, la posición social, el poder o la reputación. Nunca pondré mi corazón en el éxito mundano en las ventajas del mundo. Nunca anhelaré lo que los hombres llaman los premios de la vida. Con la ayuda de Tu gracia, siempre haré mucho por los que son despreciados o abandonados, honraré a los pobres, reverenciaré a los que sufren, y admiraré y veneraré a Tus santos y confesores de la fe, participando con ellos y no con el mundo.
3. Y finalmente, amado Señor mío, aunque por mi gran debilidad no soy capaz de pedirte el sufrimiento como un don, y no tengo la fuerza para hacerlo, al menos imploro de Tu gracia encontrar bueno el sufrir cuando en Tu amor y sabiduría lo traigas sobre mí. Jesús mío, haz que, cuando llegue, soporte el dolor, el reproche, la desilusión, la calumnia, la ansiedad, o la incertidumbre, que quieras que tenga, y como me has enseñado por Tus propios sufrimientos. Y te prometo también, con la ayuda de Tu gracia, que nunca me estableceré, ni buscaré preeminencias, ni haré la corte a ninguna cosa de este mundo, ni me preferiré a otros. Deseo soportar el insulto con mansedumbre y devolver bien por mal. Deseo humillarme en todas las cosas, quedarme en silencio cuando sea maltratado, ser paciente cuando se prolongue la pena o el dolor, y todo ello por amor a Ti y a Tu cruz, sabiendo que de este modo ganaré la prometido tanto para esta vida como para la venidera.